Ave quivio
A diferencia de sus primos lejanos, las perdices, los quivios han adaptado su existencia a las condiciones extremas de los pajonales en las faldas de los imponentes cerros. Estos resilientes pájaros prosperan en altitudes que superan los 4000 metros sobre el nivel del mar, donde el aire es escaso y las temperaturas pueden ser brutalmente frías. Esta adaptación a un entorno tan desafiante es un testimonio de la increíble capacidad de la naturaleza para evolucionar y sobrevivir en los rincones más inhóspitos de nuestro planeta.
El macho, en su afán por conquistar a la hembra, realiza una danza circular frenética alrededor de su potencial pareja. Este baile de amor es una demostración de resistencia y determinación, ya que el macho gira incansablemente hasta que su energía se agota por completo. Es un despliegue conmovedor de devoción y perseverancia, que culmina en la formación de parejas para la temporada reproductiva.
Una vez formada la pareja, la hembra del quivio demuestra una asombrosa capacidad reproductiva, poniendo hasta 12 huevos por nidada. Esta prolífica producción de huevos es crucial para la supervivencia de la especie en un entorno tan hostil, donde las amenazas son múltiples y las condiciones climáticas pueden ser implacables.
Pero quizás el aspecto más mágico y reverenciado del quivio sea su canto. Para los habitantes de las regiones altoandinas, el melodioso trino de esta ave es mucho más que un simple sonido de la naturaleza; es un presagio, un anuncio de esperanza y renovación. El canto del quivio se ha convertido en un símbolo de la llegada inminente de la lluvia.
La importancia cultural del quivio se remonta a tiempos inmemoriales. El cronista indígena Felipe Guamán Poma de Ayala, en su monumental obra «Nueva Crónica y Buen Gobierno», menciona al quivio en múltiples ocasiones, subrayando su papel fundamental como fuente de alimento para los pueblos
Leyenda de Sawasiray-Pitusiray
Año tras año, he sido testigo de los rituales que se llevan a cabo durante los meses de lluvia, específicamente en la etapa de kutipay (segunda etapa de crecimiento del maíz). Aquí, el maíz no es solo una planta, sino un ser al que se le rinde culto y se cuida con esmero. De manera religiosa, todas las familias realizan este acto ritual cada año, sin importar el tamaño del maizal.
El rito comienza en el campo durante la labor del kutipay, también conocido como sara hallmay. En ocasiones, los trabajadores cortan accidentalmente el maíz con la lampa, en lugar de dejarlo que se marchite; lo recogen y lo colocan en la cintura. Cada trabajador lleva consigo su ramillete de maíz.
Al finalizar la jornada laboral, elegimos a una persona llamada Q’atay. Esta se encarga de reunir el maíz, incienso, claveles, hojas de coca y otros utensilios. Q’atay extiende una manta y organiza todos los elementos cuidadosamente. Luego, indica a los asistentes que se acerquen a la manta, situándose en el lado opuesto, donde beben chicha mientras miran hacia la salida del sol y atienden las preguntas y respuestas que fluyen:
— ¿Maymanta hamunq’a sara? ¿Hayka carga hamullanqa? ¿Pin apamunqa?
(¿De dónde va a venir el maíz? ¿Cuántas cargas vendrán? ¿Quién lo traerá?).
Cada una debe ser respondida correctamente. Si alguien se equivoca, el Q’atay lo corrige como a un niño, con la respuesta adecuada. A veces ayuda, pero otras amenaza con dar latigazos. En ocasiones, si los errores persisten, los participantes reciben los latigazos.
Terminada la chicha, los participantes colocan los vasos boca abajo sobre la manta, intentando recoger granos de maíz y hojas de coca. Con cautela, Q’atay cuenta los granos y las hojas, asegurándose de que el número sea par; de lo contrario, no es una buena señal. El ciclo continúa hasta terminar con el último integrante.
Q’atay recoge la manta, la envuelve con flores y todos se dirigen a un maizal. Allí cavan la tierra y plantan el maíz y las flores como un acto simbólico de renovación. Los quenistas y los cantantes los acompañan, entonando la canción especial llamada Sawasiray Pitusiray. Se despiden bebiendo chicha y realizando libaciones mientras miran hacia el sur.
En este ritual, Q’atay desempeña un papel crucial, guiando la ceremonia con sabiduría y autoridad. «Kutipa» y «Hallma» son términos utilizados para describir el proceso de aporcar el maíz. Un miembro de la comunidad carga la manta con el ramillete.
El grupo se dirige hacia el campo de maíz. En un extremo, cavan un hoyo donde depositan el ramillete como ofrenda a la tierra o a los espíritus de la montaña, para asegurar una buena cosecha. Durante todo el proceso de traslado y enterramiento del ramillete, se canta esta canción:
Canción de Pitusiray
Pitusiray orqo usqhay puririmuy
qansi mamallay verdella llanllanayki morado sisanayki
Chimpamantas runa waqakamun
haway pataykita añas wistan nispa.

(Dibujo de Guamán Poma de Sawasiray)
«Años después, cuando por fin vi una foto del verdadero Pitusiray, sentí que me habían robado algo. El cerro de nieve perfecta en el Cusco no era nuestro Pitusiray. El nuestro seguía donde siempre: en el hueco que cavábamos al pie del maizal.
Arco iris blanco
Nos reunimos alrededor del fogón. El mate de t’aya, una hierba típica de las alturas andinas, circula entre nosotros, su sabor intenso y reconfortante alivia el cansancio del viaje. Nos recostamos sobre suaves pieles de oveja, dejando que nuestros cuerpos se relajen al calor del fuego.
La tranquilidad de la noche se ve interrumpida cuando Raúl, uno de los jóvenes del grupo, sale abruptamente de la cabaña. Su voz, cargada de asombro y temor, rompe el silencio: «¿Qué es esto? ¡Imataq kairi, imataq kairi! ¡Imataq kanri!». Regresa precipitadamente, sus ojos abiertos de par en par, gritando: «¡Yuraq kuychi, yuraq kuychi!».

La cabaña se llena de agitación. Todos quieren salir para ver esta entidad misteriosa, pero el anciano del grupo, con voz grave y autoritaria, advierte: «Nadie salga, si lo hacen, morirán. Si desean ver, hagan un agujero en el techo de paja y miren desde aquí».
Hago mi propio agujero en el techo de ichu. Lo que veo me deja sin aliento: una entidad de un blanco intenso que temblaba, como un hombre que tirita de frío. El arco blanco era tan imponente que se perdía tras las montañas, pero uno de sus lados o el final se encontraba muy cerca de nosotros.
Cuando la entidad se desvanece, los adultos comienzan a discutir en voz baja, tratando de localizar el origen exacto de la entidad. Usan como referencia piedras prominentes, matas de ichu y la posición de las estrellas. Tras un debate acalorado, llegan a un consenso: el Yuraq Kuychi emergía cerca del puquio, un manantial sagrado ubicado junto al río, a poca distancia de nuestra ubicación.
Meses después del incidente, impulsados por una mezcla de temor y curiosidad, algunos miembros de la familia deciden tomar medidas. Traen gasolina de la ciudad para rociar los alrededores del puquio. Existe la creencia de que esta entidad, al entrar en contacto con elementos ajenos a su mundo natural, huye o se traslada a lugares más recónditos, preservando así su misterio.
Mito del cuy
En Apurímac, hay un lugar extraño llamado «qowe q’arana» o «lugar donde se le da de comer a los cuyes». Aquí, grandes piedras están rodeadas de piedrecillas, puestas por la gente del lugar para proteger a unos cuyes míticos. Además, llevan pasto verde desde lejos para alimentarlos. A diferencia de otras tradiciones que siguen fechas específicas, este rito es diferente. La gente lleva comida constantemente a estos cuyes míticos que, según cuentan, viven debajo de las grandes piedras lejos del pueblo. Cada persona que pasa por allí deja pasto al lado de las piedras.
Aunque nadie ha visto directamente a los cuyes en ese lugar, la creencia es que salen de noche para comer, como las vizcachas. Siempre tienen pasto; cuando se seca, alguien deja más follaje verde. Estos lugares, como el de la foto, son raros y están lejos de la gente. En Apurímac, solo hay dos lugares confirmados con estas piedras especiales: uno en Huancarama y otro en Huichiua, Chuquibambilla.
Este sitio parece ser un lugar especial para los cuyes, que fueron importantes en la comida de la gente de la región en el pasado. Aunque se parecen a las Apachitas, piedras sagradas locales, aquí significan algo diferente. Todavía hay mucho por descubrir sobre este lugar llamado «qowe q’arana». Está a 30 kilómetros de Chuquibambilla, a 3800 metros sobre el nivel del mar, esperando que la gente lo explore y entienda mejor.
El condor y el cuy
En las comunidades andinas, las fiestas son momentos de gran importancia social y cultural, donde la comida juega un papel central. Uno de los platos más emblemáticos y apreciados en estas celebraciones es el cuy (conejillo de indias), un animal que ha sido parte fundamental de la dieta y la cultura andina desde tiempos precolombinos. Lo que hace particularmente interesante el consumo del cuy en estas fiestas es el ritual que se desarrolla después de la comida. Una vez que los comensales han terminado de disfrutar el plato, comienza una peculiar y emocionante búsqueda dentro del pequeño cráneo del animal.
El objetivo de esta búsqueda es encontrar un diminuto huesecillo llamado «cóndor». Este nombre no es casual, ya que el cóndor es un ave de gran importancia simbólica en la cosmovisión andina, asociado con el mundo celestial y considerado un mensajero de los dioses.
El huesecillo «cóndor» es único en cada cráneo de cuy y mide apenas entre 2 y 3 milímetros, lo que hace que su búsqueda sea un verdadero desafío. Los participantes examinan cuidadosamente el cráneo, compitiendo por ser el primero en encontrar esta minúscula pieza ósea. La dificultad de la tarea añade emoción y diversión al momento, convirtiendo lo que podría ser un simple final de comida en una actividad social y lúdica. Quien logra encontrar el huesecillo «cóndor» es considerado el ganador y recibe algún tipo de premio o reconocimiento, que puede variar según las costumbres locales.
Pero el ritual no termina con el hallazgo. Una vez encontrado el diminuto hueso, se realiza una ceremonia de libación en su honor. Esta práctica de derramar o rociar bebidas, generalmente alcohólicas como la chicha o el aguardiente, es una forma de ofrenda y agradecimiento común en la cultura andina. En este caso, la libación se hace al pequeño hueso que representa al cóndor, como una forma de honrar tanto al animal consumido como al espíritu del cóndor que simboliza.
Mito de las Piedras Caminantes
En mi comunidad, la primera vez que escuché sobre cosas que vuelven fue relacionada con un santo que regresaba a su lugar de origen. Después de varios intentos, este santo finalmente encontró su nuevo hogar. Por otro lado, había leído acerca de piedras mágicas que el Inca enviaba, como si fueran hombres, con el propósito de construir obras importantes. Leyendas como la del Capitán Rumi o la del Chamán Rumi, ubicada a 60 km de Curahuasi, involucran a una piedra gigante sobre la cual crece un chamán y una planta aromática utilizada en ceremonias religiosas ancestrales.

Localizar y visitar estos lugares es casi imposible para un extraño, ya que solo tienen acceso aquellos que habitan en esa zona geográfica. Generalmente, son familias que viven en la montaña desde hace muchos años, dedicándose al cuidado de sus animales. Toda la información relacionada es manejada dentro de sus grupos familiares, y rara vez se comparte con otras familias, incluso aquellas que viven cercanas.
Cada ayllu protege y incluye estas piedras en las ceremonias religiosas que realizan. En ocasiones, las trasladan y las incorporan en los rituales, colocándolas en el mesaq’epe junto a conchas marinas y otros objetos ceremoniales. Poseer una de estas piedras es como tener el espíritu mismo del ser, otorgándole un valor significativo. Además, se cree que su presencia aumenta la producción de animales. Evidentemente, las piedras que se trasladan son pequeñas, del tamaño de una perdiz, y su color varía, algunos son oscuros y castaños. Algunos las llaman Illa, también conocido como Iguayllu.
La primera vez que llevaron la piedra fue durante un viaje desde el pueblo hacia la cabaña. Al mediodía, la recogieron y la envolvieron en una manta para trasladarla. Llegando a la cabaña por la tarde, la guardaron sobre el muro de la choza, cubierta con algunas mantas. Al día siguiente, muy temprano, se sorprendieron al descubrir que la piedra no estaba. Toda la familia se enteró; al principio, mostraron sorpresa, pero luego recordaron que no era la primera vez que la piedra se escapaba.
En ocasiones, la piedra permanecía cinco días, y otras veces, apenas una sola noche. Hasta que ocurrió un suceso inexplicable. Como de costumbre, un integrante de la familia llevaba la piedra, ensillado en su caballo. A mitad del camino, sintió la necesidad de merendar y notó que su caballo presentaba síntomas extraños. Asustado, trató de ayudarlo, pero fue en vano. Después de la muerte del caballo, nadie más se atrevió a llevarlo, ya que el yachaq (chamán andino) interpretó que era un castigo de esa piedra.
Desde aquel día, la piedra permanece en el medio de la montaña sin que nadie la fastidie. Su misterioso poder y las experiencias vividas durante su transporte han dejado una marca imborrable en la memoria de la familia. Aunque ya no es trasladada, su presencia solitaria en la montaña sigue siendo motivo de respeto y cautela hasta la actualidad.
Cerro waqoto
La abertura en uno de los lados del Cerro Waqoto, según la leyenda, no es una simple formación geológica, sino la cicatriz dejada por el enfrentamiento entre Saurikalla y Waqoto. En las oscuras noches andinas, los dioses Saurikalla y Waqoto se encuentran en una trascendental reunión con la hija de una diosa llamada Chamanpaya. Esta doncella, de ojos ahumados, piel clara y cabello largo, desafía a los dioses a conquistar su corazón mediante una contienda bélica. La lucha, que inicia a medianoche, crece de manera descomunal, resonando a lo largo de kilómetros y dejando un rastro destructivo por donde pasa

A medida que avanzan hacia Cusco y las cercanías de Chumbivilcas, Saurikalla y Waqoto desatan su poder, arrojando piedras colosales y seres vivos como caballos y toros. A pesar de la magnitud de la batalla, la llegada del amanecer no detiene el enfrentamiento. Con los primeros rayos del sol, estas deidades quedan petrificadas: Waqoto en el lado este y Saurikalla en el oeste, mientras que la hija de la diosa permanece en el centro.
La leyenda perdura en la actualidad, materializada en el perfil distintivo del Cerro Waqoto, con una abertura en uno de sus lados. Se cree que esta hendidura es el resultado tangible de la feroz lucha con Saurikalla, una cicatriz eterna que revela la intensidad de la épica contienda de los dioses. Así, el Cerro Waqoto no solo se erige como una majestuosa formación geográfica, sino como un monumento vivo que narra la historia de una batalla celestial que dejó su marca indeleble en la tierra de Apurímac.
Mitos de Andahuaylas
Mito de Pacucha
Antes de convertirse en laguna, la región era fértil en maíz y papa. Sin embargo, el crecimiento poblacional llevó a la reducción de tierras cultivables. La lucha por los terrenos desencadenó pleitos y envidia, sumiendo al pueblo en un ambiente tenso.

Un día, un anciano oscuro llegó a una fiesta de bodas, pero fue ignorado y expulsado. Solo una humilde mujer, Mama Petecc, lo acogió en su casa y compartió su comida y harina. El anciano, agradecido, le advirtió que el pueblo sería destruido y le indicó que no mirara atrás al escuchar truenos.
Alejada del pueblo, la mujer escuchó estruendos. Aunque recordaba la advertencia, su curiosidad la venció, y al mirar hacia Pacucha, presenció cómo el agua brotaba del centro del pueblo, sumergiéndolo todo bajo sus aguas.
Canción Popular Ligada a la Leyenda
En los alrededores, se dice que los habitantes escuchan cánticos de mujeres y repiques de campanas. Además, se atribuyen a las sirenas melodías que expresan su encanto, como la siguiente canción popular: El Forastero – Anciano. Mamá Petecc. Pobladores de Pacucha
Sirena Laguna de Pacucha
Numerosos relatos circulan entre los habitantes y visitantes de la laguna de Pacucha, sobre todo acerca de una sirena que, según cuentan, habita en sus profundidades. La leyenda más extendida sugiere que estas criaturas míticas emergen a la superficie al llegar la medianoche, mostrándose especialmente a ciertos individuos. A través de cantos enigmáticos, intentan seducir a los incautos para que se adentren en las aguas oscuras del lago. Hay quienes afirman que la laguna posee una fascinación particular por los foráneos, atrayéndolos hacia sí. Curiosamente, se dice que las sirenas prefieren a los hombres y emplean su canto nocturno para hechizar a los visitantes, con el fin de dominar sus almas.
Mitos de Abancay
La Leyenda de Chuccho
En los valles de Pachachaca y Matara, en la región de Apurímac, Perú, unos seres misteriosos y mágicos que poblaban esos lugares. Estos seres míticos, conocidos como los Chucchos, tenían la apariencia de pequeños humanos con cabelleras largas y abundantes, y apenas superaban el metro de altura. Aunque eran pequeños, su presencia era impactante y llena de misterio.
Los arrieros, personas que transportaban mercancías en sus caballos, mulas a través de los antiguos caminos de los valles, a veces se encontraban con estos Chucchos. Los relatos de los lugareños cuentan que los Chucchos solían ser pacíficos y se movían en grupos, como una familia. Sin embargo, no todo era tan tranquilo como parecía.

Según las historias, aquellos desafortunados que miraban a los Chucchos a los ojos, aunque fuera a la distancia, sufrían terribles consecuencias. Este contacto visual resultaba en síntomas muy graves, y en muchos casos, fatales. Los que los veían experimentaban temblores incontrolables, escalofríos intensos y, eventualmente, perdían el conocimiento. Estos síntomas son muy parecidos a los del paludismo, una enfermedad transmitida por mosquitos que también causa fiebre, escalofríos y temblores. En pocas horas, las personas se convertían en víctimas de una enfermedad dolorosa y agonizante, sin cura conocida.
Los nombres de algunos lugares en la región parecen estar relacionados con esta leyenda. Por ejemplo, en Tapairihua existe un lugar llamado Chucho-wayqo, y en Lambrama, otro llamado Chuccho-puquio. Además, hay pueblos llamados Chuccho, lo que sugiere que, en tiempos antiguos, los Chucchos eran una parte importante del folclore local y quizás, aún hoy, sus historias resuenan en la memoria colectiva de los habitantes.
Los ancianos del lugar, los guardianes de las historias y tradiciones, son quienes mantienen viva la leyenda de los Chucchos. Ellos recuerdan y narran cómo estos seres se aparecían en los caminos, a veces observando desde lejos, otras acercándose en silencio. No obstante, siempre se advertía del peligro de mirarlos directamente a los ojos. Las historias también hablan de aquellos que intentaron acercarse demasiado, llevados por la curiosidad o la necesidad de confirmar la existencia de estos seres, solo para encontrarse con un destino trágico.
Con el paso del tiempo, los relatos sobre los Chucchos han evolucionado, mezclándose con nuevas historias y leyendas. Sin embargo, el miedo y el respeto hacia estos seres continúan presentes en la región. Los lugareños aún evitan ciertos caminos al caer la noche y prefieren no hablar demasiado de los Chucchos, no vaya a ser que su atención se despierte y decidan aparecer de nuevo.
Además de las historias, los Chucchos también han inspirado danzas tradicionales en la región. Estas danzas representan a los Chucchos y cuentan sus historias a través del baile y la música, manteniendo viva la leyenda en la cultura local.
A pesar de los peligros, la leyenda de los Chucchos también tiene un lado fascinante. Nos recuerda la rica tradición oral de las comunidades andinas y cómo las historias de seres míticos pueden influir en la vida diaria de las personas. Los Chucchos, con su enigmática presencia, forman parte de un patrimonio cultural que sigue vivo en los corazones y mentes de los habitantes de Apurímac.
Así, la leyenda de los Chucchos continúa siendo contada, pasando de generación en generación, no solo como una advertencia sobre los peligros de lo desconocido, sino también como una celebración de la rica herencia cultural y la capacidad humana para crear y transmitir historias que desafían el tiempo y la realidad.
Muerte de la luna
En los Andes, cuando ocurre un eclipse lunar, la gente cree que la luna está en peligro de muerte. Este evento natural causa gran preocupación entre los pobladores y afecta también a los animales: Las personas se angustian y se movilizan para «salvar» a la luna. Los perros comienzan a aullar, como si sintieran el peligro. Otros animales se quedan quietos o parecen desorientados. Para ayudar a la luna, los pobladores realizan varias acciones: Encienden fogatas, creyendo que su luz y calor pueden ayudar a la luna a sobrevivir. Gritan y ruegan al cielo, pidiendo que la luna no muera. Durante el eclipse, cuando la luna se oscurece, se hace visible una estrella cercana a ella. La gente cree que esta estrella es una especie de guardián o salvador de la luna:

Las personas rezan en silencio, esperando que la estrella use su luz para revivir a la luna. En algún momento, parece que la estrella «toca» a la luna, y poco después, la luna vuelve a brillar. Mientras todo esto sucede en el cielo y entre la gente, algo misterioso ocurre en la tierra Desde cuevas y cavernas, se escuchan voces ancianas gritando en un lenguaje desconocido. Estas voces parecen comunicarse entre sí, respondiendo desde diferentes lugares. La gente cree que son espíritus ancestrales o entidades sobrenaturales que solo despiertan durante los eclipses.
¡Lazo wayq’o tayta kawsarispa tusukuy! ** comienza con el llamado Arí taytay kawsaripas tusukusun. ** responde desde alguna cueva o caverna ¡Lazo wayq’o tayta hatarimuy tusukuy! Arí taytay riqcharispa tusukusun.
Leyenda de Huancarama
En tiempos remotos, Huancarama distaba mucho de su actual aspecto. Donde hoy se ven hogares y campos cultivados, existía una vasta laguna rodeada por imponentes montañas. Estas elevaciones formaban un cerco natural, dando a la laguna la apariencia de una gigantesca olla. Los pobladores, incapaces de habitar el valle inundado, se asentaban en las laderas de los cerros circundantes: Wanakawri, San Cristóbal y Qorawire.
San Gabriel, el arcángel que hoy es venerado como patrono de Huancarama, observaba con compasión las dificultades que enfrentaban los habitantes. Conmovido por su sufrimiento, decidió interceder ante Dios. Se dirigió a una enorme roca en Waqoto y, arrodillándose sobre ella, elevó una ferviente súplica al Creador.
La intensidad de su ruego fue tal que dejó una marca indeleble en la piedra: dos profundas hendiduras con forma de rodillas y la impresión de unos dedos colosales, como si un ser de proporciones gigantescas hubiera implorado allí. San Gabriel rogó a Dios que drenara las aguas de la laguna, permitiendo a los pobladores habitar y cultivar el valle.
El Todopoderoso, conmovido por la devoción de San Gabriel y la necesidad de los habitantes, accedió a la petición. Con su divino poder, hizo que las aguas retrocedieran, fluyendo a través de las quebradas de Magdalena y Tulli, hasta desembocar finalmente en el caudaloso río Apurímac.
Al retirarse las aguas, quedó al descubierto un lecho lacustre excepcionalmente fértil, enriquecido por siglos de sedimentos. Esta tierra, antes sumergida, resultó ser un suelo ideal para el cultivo. Pronto, los campos se llenaron de exuberantes plantaciones de maíz, papas y diversos cereales.
Desde aquel milagroso acontecimiento, Huancarama experimentó una transformación radical. Lo que una vez fue un terreno inhabitable se convirtió en una tierra de abundancia y prosperidad. Generación tras generación, los habitantes han aprovechado la fertilidad de este suelo, convirtiendo a Huancarama en un ejemplo de productividad agrícola.
Creencias y supersticiones en Apurímac
Si una o varias culebras eligen tu casa como guarida, se cree que el dueño vivirá poco tiempo en ella.
Invasión de hormigas: La creencia sostiene que cuando las hormigas invaden tu hogar, es un presagio de que no vivirás mucho tiempo en esa vivienda.
Cantar de las lechuzas: La proximidad del canto de las lechuzas a tu vivienda se interpreta como un anuncio de noticias desfavorables que pronto recibirás.
Chillido de las cabezas voladoras (umas): El sonido del chillido de las cabezas voladoras (umas) se asocia con la premonición de que un familiar fallecerá en breve.
Silbido de aves Huaycho: Según la tradición, el silbido de las aves conocidas como Huaycho se interpreta como un augurio de mala suerte
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